HOMILÍA
XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo A
VII JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
Prov 31, 10-13. 19-20. 30-31; 1 Tes 5, 1-6; Mt 25, 14-30.
«Al que tienen poco, se le quitará aun ese poco que tiene» (Mt 25, 29).
In láake’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ táan k’iinbesik Jornada Mundial de los pobres, Papa Francisco ku túuxtik k’uben t’aan tu’ux ku ya’alik «Ma’ lujsik a wich ti’ óotsilo’ob». Le t’aano’oba’ ti’an tu áanalte’ Tobías lelo’ junp’éel tojt’aan ts’abti’ Tobías tumen u yuum Tobit. Kexi’ej tu láakal taatatsilo’obe’ u ka’ans u palalo’ob u yilo’ob Cristo tie’ óotsililo’obo.
Muy queridos hermanos y hermanas, los saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este trigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario, penúltimo domingo de este tiempo litúrgico.
Hoy además celebramos la VII Jornada Mundial de los Pobres. En esta jornada, el Papa Francisco nos ha enviado un precioso mensaje que lleva por título: «No apartes tu rostro del pobre» (Tob 4, 7). Estas palabras del libro de Tobías son un imperativo para cada bautizado, pero también para ser asumidas en la pastoral de toda la Iglesia. Esas palabras las dirigió Tobit a su hijo Tobías como parte de sus grandes consejos para la vida. Ojalá que cada buen padre de familia diga algo semejante a sus hijos para que vean a los pobres como a sus hermanos.
Cfr.https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/poveri/documents/20230613-messaggio-vii-giornatamondiale-poveri-2023.html
Dice el Papa en el n. 10 del mensaje: «Este año se conmemora el 150 aniversario del nacimiento de santa Teresa del Niño Jesús. En una página de su ‘Historia de un alma’ escribió: «Sí, ahora comprendo que la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no extrañarse de sus debilidades, en edificarse de los más pequeños actos de virtud que les veamos practicar. Pero, sobre todo, comprendí que la caridad no debe quedarse encerrada en el fondo del corazón: nadie, dijo Jesús, enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa. Yo pienso que esa lámpara representa a la caridad, que debe alumbrar y alegrar, no sólo a los que me son más queridos, sino a todos los que están en la casa, sin exceptuar a nadie».
Concluye el Papa su mensaje, con las siguientes palabras: «Que la perseverancia del amor de santa Teresita pueda inspirar nuestros corazones en esta Jornada Mundial, que nos ayude a ‘no apartar el rostro del pobre’ y a mantener nuestra mirada siempre fija en la faz humana y divina de nuestro Señor Jesucristo.»
Hablemos ahora de la Palabra de Dios para este domingo. Si el santo evangelio nos menciona en una parábola la responsabilidad de algunos hombres, entonces la primera lectura, tomada del Libro de los Proverbios, nos propone cuál es la mujer ideal. Tendríamos que distinguir entre la mujer ideal del mundo y la mujer ideal desde el punto de vista de Dios.
El mundo puede tener dos ideales de la mujer: uno que se refiere a su belleza y otro que se refiere al carácter de la mujer. La belleza como criterio ideal no sólo es asunto de hombres que califican a la mujer, sino también el ideal de la vanidad femenina que quiere agradar al hombre y competir contra otras mujeres. El otro ideal del carácter, se refiere a su independencia total con respecto del hombre, tal como lo expresa el feminismo.
Ahora bien, estos criterios deforman el ideal divino sobre la mujer, porque hacen a un lado la espiritualidad femenina, tanto como su capacidad oblativa, su capacidad de darse generosamente en un proyecto de matrimonio-maternidad o de cualquier otra forma de vida, que le permita ser un don para Dios y un don para los demás. Dice el texto del libro de los Proverbios: «Son engañosos los encantos y vana la hermosura; merece alabanza la mujer que teme al Señor» (Prov 31, 30). Con toda dignidad, la mujer que tiene a Dios en su corazón, puede vivir la libertad interior en la generosidad de su entrega.
El Antiguo Testamento transcurre dentro de una cultura que no acepta la posibilidad de considerar por separado al hombre y a la mujer, sino siempre juntos. Por eso el ideal de la mujer se presenta en su papel de esposa. Dice el Texto: «Dichoso el hombre que encuentra una mujer hacendosa… Su marido confía en ella y, con su ayuda, él se enriquecerá» (Prov 31, 10-13). La mujer «hacendosa» no es lo mismo que la mujer que cae en el activismo. La mujer hacendosa es aquella que, movida por el amor a Dios, a su esposo y a sus hijos, trabaja sin parar, y lo hace con mucho gusto.
Después de Cristo, podemos considerar como creyentes, el proyecto de las mujeres y de los hombres que no se casan, pero que no lo hacen por repudiar la vida matrimonial, ni por buscar una forma de vida individualista, sino por amor al Reino de los Cielos. Así queremos encontrar hoy en la Iglesia, mujeres y hombres hacendosos, aunque no estén casados, en su vida de soltería cristiana, en su vida religiosa o en su vida sacerdotal, y que son hacendosos con el motor del amor.
Desde esta reflexión pasemos a la parábola del Evangelio en la que Jesús cuenta la historia del hombre que, al salir de viaje, deja bajo encomienda distintas cantidades a sus servidores: a uno cinco millones, a otro dos, y a otro uno. Luego, al regresar, llama a cuentas a sus servidores y el que recibió cinco millones, le entrega a cambio diez millones; el que recibió dos, le devuelve cuatro; pero el que recibió un millón le devuelve el mismo millón que había recibido. Claro que esta parábola se refiere a los dones que Dios le da a cada ser humano, y de las cuentas que le vamos a dar al Señor al término de nuestra vida.
Es por eso que, a los dos primeros, su amo les responde: «Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor» (Mt 25, 21). Las mujeres y los hombres hacendosos, movidos por el amor, podrán escuchar al final de su vida, al encontrarse con el Señor, palabras semejantes de parte de Dios, que les recibirá en el cielo con los brazos abiertos, por haber correspondido espléndidamente a los dones recibidos de Él.
Al siervo que no entregó más que lo que había recibido, y que no generó nada, se le quita el millón, porque, dice Jesús: «Pues al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que tiene poco, se le quitará aun eso poco que tiene» (Mt 25, 29). Los hombres y mujeres que tienen poco, son los que tenían, quizá, poder ante el mundo, pero que no fueron movidos por el amor, y que vivieron para sí mismos. Ante Dios, los hombres y mujeres que sí tienen, son aquellos que abundan en obras hechas por amor a Dios y a su prójimo. ¿Qué nos mueve a nosotros?
Concluyamos con el mensaje de hoy de san Pablo a los tesalonicenses: «Por lo tanto, no vivamos dormidos, como los malos; antes bien, mantengámonos despiertos y vivamos sobriamente» (1 Tes 5, 6). Vivamos, pues, hacendosamente, movidos siempre por el amor. Recordemos que el amor a los pobres es la prueba más contundente de nuestro amor a Dios.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán