Llegó la temporada de lluvias y frío en Yucatán, y con ella, el regreso triunfal de nuestros pequeños pero molestos amigos: los charcos. Sí, esos encantadores cuerpos de agua estancada que aparecen como por arte de magia en cada esquina, jardín y baldío. Pero no seamos injustos, los charcos no están solos en su gloria. Comparten el escenario con un actor aún más importante: el mosquito Aedes aegypti, ese infatigable vector del dengue que, año tras año, encuentra en los charcos su zona VIP para reproducirse y esparcir la enfermedad como si se tratara de una oferta de temporada.
Es realmente conmovedor ver cómo, mientras las autoridades anuncian con bombos y platillos campañas para combatir el dengue, nuestros queridos charcos siguen ahí, firmes y desafiantes, como si supieran que son los verdaderos amos de la situación. A fin de cuentas, ¿quién necesita preocuparse por esos molestos detalles de la salud pública cuando tenemos un clima tropical tan pintoresco y, por supuesto, esos charquitos cristalinos que le dan vida al paisaje urbano?
Es irónico cómo, en un estado donde las enfermedades transmitidas por mosquitos se han vuelto una constante durante la temporada de lluvias, parece que el tema de controlar los charcos y las áreas donde se reproduce el Aedes aegypti es más una cuestión de sugerencia que de obligación. Al parecer, los charcos han logrado lo que muchos solo sueñan: pasar desapercibidos. A pesar de las constantes advertencias sobre el dengue, los criaderos de mosquitos prosperan, y ¿qué mejor hogar para ellos que el agua estancada que nadie se molesta en drenar?
Por supuesto, sería injusto decir que nadie hace nada al respecto. Cada tanto, vemos brigadas de fumigación que pasan como si fueran los superhéroes del vecindario, lanzando su nube química en una batalla simbólica contra los mosquitos. Pero claro, eso es solo una parte del show. Porque mientras ellos hacen su trabajo, los charcos continúan multiplicándose, imbatibles y listos para la siguiente generación de mosquitos. ¡Bravo, charcos, verdaderos campeones de la resistencia urbana!
Y lo mejor de todo es que, cuando el dengue empieza a aparecer en los titulares, las autoridades rápidamente recuerdan a la población la importancia de «limpiar sus patios», como si los charcos solo existieran en los hogares de los ciudadanos descuidados. Porque claro, ¿qué importa que en la vía pública, en los terrenos abandonados o en las áreas comunes haya pequeños lagos esperando pacientemente la llegada de los mosquitos? Lo importante es que cada quien se encargue de su propia parcela, como si el dengue supiera respetar los límites de propiedad privada.
Es fascinante cómo los charcos, esos simples accidentes geográficos temporales, se convierten en el epicentro de una crisis de salud pública que se repite año tras año. Y, aún más fascinante, es que el ciclo parece no tener fin. La combinación de lluvias, temperaturas tropicales y una total falta de control sobre el agua estancada crea el ambiente perfecto para que el Aedes aegypti siga siendo el rey indiscutible del dengue.
Mientras tanto, los yucatecos nos resignamos a convivir con este enemigo invisible que no solo pica, sino que también puede llevarnos a la cama con fiebre y dolores articulares. Pero bueno, ¿quién puede culpar a los mosquitos por hacer lo que mejor saben hacer, cuando les dejamos charcos por doquier, como si les hubiéramos preparado la mesa del banquete?
En resumen, mientras los charcos sigan siendo los huéspedes de honor de nuestra temporada de lluvias y frío, el dengue no será más que un viejo conocido que nos visita cada año, con el respaldo entusiasta del Aedes aegypti. Pero, oye, no todo está perdido. Tal vez, solo tal vez, algún día decidamos tomarnos en serio la tarea de controlar esos charquitos que ahora parecen más protegidos que los monumentos históricos. Mientras tanto, los mosquitos seguirán celebrando su éxito reproductivo… y nuestra desidia.