El Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto

HOMILÍA
I DOMINGO DE CUARESMA
Ciclo B
Gn 9, 8-15; 1 Pe 3, 18-22; Mc 1, 12-15.

«El Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto» (Mc 1, 12).

 

In láake’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Ts’o’ok káajsik u k’iinil Cuaresma, tu’ux t’aanal u ti’al a beetik ba’ax ku ya’alik Yuumtsil u k’áat Leti’e yanak to’on Ma’alob tuukul, yéetel xan t’aan, tumen lelo’ ku nojochkintik yakuna ti’ Yuumtsil yéetel láak’ts’ilo’ob. Táan xan u kuchul u k’iinil «tiempos electorales» bixi a p’eektabaxe’ex, máa k’uuxil ichilo’on, yéetel ma’ u yantal ba’ateli’. Ko’one’ex beetik u yantal yaakuná’ ichilo’on.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este primer domingo del santo tiempo de Cuaresma.

Cada año en el primer domingo de Cuaresma, escuchamos el pasaje en el cual se narran las tentaciones de Jesús. Este año toca escuchar el evangelio de san Marcos, el cual describe con muy pocas palabras este episodio, pero nos dice que el Espíritu fue quien impulsó a Jesús para ir al desierto y enfrentar la tentación.

Es importante recordar que las tres personas son inseparables, que donde está el Hijo, está el Padre y el Espíritu. Por voluntad del Padre y por medio del Espíritu, el Hijo de Dios se encarnó y nació de María Virgen, viviendo su vida oculta en Nazaret. En el Bautismo en el Jordán, Jesús es ungido como el Cristo, por eso se indica que todo lo que hace Jesús como Mesías es bajo el impulso del Espíritu. Así nos conviene a todos los bautizados actuar siempre bajo el impulso del Espíritu, y así seguramente podremos enfrentar las tentaciones que a diario se nos presenten. Si no nos impulsa el Espíritu, nos impulsan, en cambio, nuestras pasiones.

Las tentaciones en sí mismas no son malas, porque son oportunidades de responder a ellas con amor a Dios y con amor al prójimo, oportunidades para crecer en nuestro ser hijos de Dios. El mal viene entonces, cuando nos dejamos vencer por el demonio; y hay quien hasta le echa la culpa a él de todo lo malo que hace. Si Jesús fue tentando, esto nos muestra hasta dónde llegó su encarnación, con tal de enseñarnos a vencer, bajo el impulso del Espíritu.

Dice san Agustín, el sabio obispo y Padre de la Iglesia del siglo V, en el Oficio de Lectura de hoy, en la Liturgia de las Horas: «Si en él fuimos tentados, en él venceremos al diablo. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció la tentación? Reconócete a ti mismo tentado en él, y reconócete también a ti mismo victorioso en él. Hubiera podido impedir la acción tentadora del diablo; pero entonces tú, que estás sujeto a la tentación, no hubieras aprendido de él a vencerla».

El evangelio señala el momento en el que Jesús inicia su ministerio público, y éste es cuando Juan el Bautista fue encarcelado. Acaba el ministerio de Juan e inicia el de Jesús, afirmando que el Reino de Dios está cerca, y claro que está cerca, pues está en él, en su persona. Así invita a todos diciendo: «Conviértanse y crean en el Evangelio», palabras muy semejantes a las que escuchamos el pasado miércoles de ceniza: «Arrepiéntete y cree en el Evangelio».

Esa es la puerta de la Cuaresma para entrar de la mano de Jesús, bajo el impulso del Espíritu, con humildad y arrepentimiento sincero significado en la ceniza. Si alguien no recibió el signo de la ceniza, no se preocupe, más importante que el signo es lo significado, y si ahora adoptamos la humildad y la conversión entonces estamos de lleno dentro de la Cuaresma.

Hoy tenemos en la primera lectura la narración del final de la historia del arca de Noé, cuando Dios anuncia que ya no volverá a castigar y desaparecer a toda la humanidad con otro diluvio, y pone como signo de su alianza con el hombre, el arcoíris que apareció. Nadie se burle de esta historia porque ahora sí comprendemos el fenómeno físico de cómo y por qué se forman los arcoíris.

Aquí se trata de una explicación teológica. Hoy, en cambio, el signo teológico de la Nueva Alianza es el signo de la cruz de nuestro Señor Jesucristo. El texto dice que fue Dios mismo quien afirma que no volverá a castigar a la tierra, ¿cómo decir entonces que Dios no castiga? Recordemos que la Palabra de Dios está revestida de palabra humana, y que hay una evolución grande entre el Antiguo y Nuevo Testamento para conocer y comprender mejor el ser y el actuar de Dios.

Hoy, pues, entendemos que Dios no castiga en ninguna forma, y que, en todo caso, la naturaleza de nuestro organismo o del planeta nos presentan circunstancias adversas, que son oportunidades para reconocer que Dios es grande y nosotros pequeños, y entonces arrepentirnos de nuestros pecados. Dios nos puede ayudar con el apoyo de médicos y de vacunas, pero ocasionalmente, si conviene para nuestra salvación eterna, él pudiera actuar más allá de la misma naturaleza.

Por lo que se refiere a la naturaleza de nuestra Casa Común, sigue habiendo desastres naturales, e igualmente Dios nos puede ayudar por la acción de nuestras autoridades, moviendo también los corazones de los que, en forma voluntaria, colaboran para rescatar o llevar alimentos a quienes los necesitan. La gente sensata entiende que cualquier azote actual de la naturaleza, lejos de ser un castigo de Dios, es efecto del cambio climático por el calentamiento provocado por la contaminación ambiental a causa del hombre.

El progreso humano de los últimos dos siglos ha sido sólo material, de beneficio económico para una pequeña parte de la población, pues la mayoría ha sufrido injusticia y pobreza, y todos enfrentamos ahora las consecuencias de haber maltratado nuestra tierra hasta tal punto. De nuevo recordamos la gran enseñanza del Papa Pablo VI en 1967, según la cual: «El auténtico progreso ha de ser de todo el hombre y de todos los hombres».

Aquella arca de Noé, siempre ha sido vista como figura de la Iglesia, y las aguas del diluvio, como las aguas bautismales sobre las que navegamos los cristianos hacia el encuentro del Señor. Esta no es una interpretación que ahora acomodamos para justificar a la Iglesia, pues el mismo apóstol san Pedro ya nos daba esa interpretación en su primera carta, a la cual pertenece el pasaje de la segunda lectura que hoy escuchamos. Dice el texto al respecto: «El arca, en la que unos pocos, ocho personas, se salvaron flotando sobre el agua. Aquella agua era figura del bautismo, que ahora los salva a ustedes» (1 Pe 3, 20-21).

Si los miles de millones de bautizados que hay en el mundo conociéramos el significado de nuestro bautismo, viviendo de acuerdo a esa condición de hijos de Dios, hermanos de nuestro Redentor y hermanos unos con otros, el mundo actual sería mucho más justo, mucho más pacífico, mucho más fraterno.

No olvidemos el significado del Arca de Noé, pues representa a la «barca» de Pedro, la Iglesia, que en medio de las tormentas de este mundo es conducida por el sucesor de Pedro, junto con todos los pastores que con él llevamos la barca de la Iglesia rumbo al puerto final. Cuando se habla mal de la Iglesia en general no se comprende qué cosa es la Iglesia, ni se entiende como el Cuerpo Místico de Cristo, y se le confunde con uno o algunos de sus pastores.

Seamos conscientes de nuestra pertenencia a la Iglesia, ya que en ella tenemos nuestra barca segura y todos los recursos de la gracia por medio de la Palabra, de los sacramentos, de la oración, de la vida comunitaria, que ella nos ofrece. Pueden fallar uno y mil cristianos, pero la Iglesia continúa navegando en medio de las altas olas. La Iglesia a la que pertenecemos y amamos, continúa siendo el Cuerpo Místico de Cristo, la barca conducida por Pedro.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

 

 

 

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