A todos los Sacerdotes, Diáconos, miembros de la Vida Consagrada y Fieles todos de esta amada Iglesia de Yucatán: ¡PAZ!
Queridos hermanos y hermanas, les saludo con afecto y les deseo todo bien en el Señor.
Desde el 19 de marzo del año 2020, en obediencia a nuestras autoridades estatales, en obediencia a la razón misma exigida por la prudencia, pero, sobre todo, en obediencia a la voluntad de Dios nuestro Señor, tuvimos que cerrar nuestros templos por la llegada de la pandemia del COVID 19, que llevó a miles de hermanos a la tumba.
Cuando al fin pudimos reabrir nuestros templos en el mes de septiembre del mismo año, adoptamos algunas medidas sanitarias obligatorias como el uso del cubrebocas, el uso del gel antibacterial al ingresar al templo y antes de comulgar, así como la sanitización de los templos al ingreso y a la salida de la feligresía. Igualmente, por la misma razón, hemos estado distribuyendo la Sagrada Comunión, no en la boca, sino en la mano, para evitar el contagio.
Ciertamente hubo campañas de desprestigio contra estas medidas, afirmando que todo era mentira o un intento de dañar a la población por medio de las vacunas. Hubo algunos que hasta nos acusaron con el Papa Francisco, y a los obispos, de ser faltos de fe. Hubo un par de sacerdotes en Yucatán que todo el tiempo estuvieron distribuyendo la Sagrada Comunión en la boca, prefiriendo congraciarse con algunos feligreses, antes que con su autoridad correspondiente, y sabrá Dios cuántos contagios se habrán dado a causa de estas prácticas.
Otros más se han acomodado tanto a seguir las transmisiones de la Sagrada Eucaristía a través de la televisión, de la radio o las redes sociales, siendo que de ningún modo es una práctica aceptable para cumplir con el precepto dominical, sino tan sólo un consuelo para los enfermos, ancianos y todos los imposibilitados para acudir al templo. Es tiempo de que, todos los que puedan hacerlo, vuelvan a las iglesias a reunirse con su comunidad y de retomar el ritmo de todas las acciones pastorales.
Siendo así que el COVID ha disminuido tanto su grado de contagio y peligrosidad, y que la mayoría de la población hemos recibido las vacunas correspondientes, que las autoridades estatales nos han comunicado que a partir del 26 de septiembre de 2022, ya no será obligatorio el uso del cubrebocas, sino que tan sólo lo será en los hospitales, clínicas, unidades médicas, centros de salud y en el transporte público.
Por mi parte les digo que ya no es obligatorio el uso del cubrebocas en los templos, y que la Sagrada Comunión se puede distribuir libremente en la boca o en la mano si así lo solicita el feligrés.
Esta pesadilla del COVID ya está casi terminando. De todos modos, sigamos siendo prudentes en nuestra situación personal. Ojalá que todos hayamos aprendido las grandes lecciones que esta plaga nos ha dejado, y que no volvamos a ser los mismos de antes, sino que vivamos más conscientes de que somos seres vulnerables, de la importancia de nuestra familia y de nuestros seres queridos, pero, sobre todo, del lugar que debe ocupar el Señor en nuestras vidas.
Gracias a todos los héroes que dieron o arriesgaron su vida en el servicio a los contagiados. Gracias a todos los que ayudaron a quienes estaban en pobreza o con falta de trabajo. Gracias a todos los que contribuyeron con sus bienes materiales a las parroquias y a la Arquidiócesis, pues con ello pudimos conservar a nuestros trabajadores y no vernos en la penosa necesidad de despedir a nadie; además de que logramos proveer lo necesario en nuestra Casa del Sacerdote y en nuestro Seminario Arquidiocesano. En estos dos años y medio hemos crecido en fe, en esperanza, en caridad; así como los no locreyentes también han tenido la oportunidad de crecer en humanidad.
Sigamos muy unidos, hermanos y hermanas, creciendo en nuestra vida cristiana amando a Dios y a nuestro prójimo. Este mes de octubre, mes de las misiones, cumplamos nuestro deber de ser una Iglesia en salida, que camina en sinodalidad hacia nuestro destino final. Sigamos el Proyecto Global de Pastoral (PGP) en este novenario de años hacia los primeros quinientos años de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe en el cerro del Tepeyac en el 2031, y hacia los dos milenios de la Redención en el 2033. Recordemos que octubre es también el mes del Rosario, y que esta oración es preciosa a los ojos de Dios y de nuestra Madre del cielo. Tengamos presente también que nuestro seminario está dedicado a Nuestra Señora del Rosario.
Dios nuestro Señor les bendiga a todos ustedes y que la Santísima Virgen los cubra con su maternal manto.
Boletín de prensa