HOMILÍA
II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo C
Is 62, 1-5; 1 Cor 12, 4-11; Jn 2, 1-11.

“Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5).

In lake’ex ka t’ane’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéetel kimak óolal. Ti le ka’ap’el domingoil le Ordinarioa, taan u’uyik ti le Evangelio bix Jesús taan u tsaak u k’ajotuba’. U kaajbal u k’ajotal tumen tulakal. ko’ole’ vi Maria antanaji’, yo’olal u beeytal u yax chikulal, tu yo’olal le yaax chikulalo’ le aj-kambalo’obo oksaj óolnajo’ob.

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre en este segundo domingo del Tiempo Ordinario, y les deseo todo bien en el Señor.

El evangelio de hoy es el pasaje de las bodas de Caná, un texto que es todavía de Epifanía, pues el milagro que aquí realiza Jesús es real y a la vez cargado de simbolismo por todo lo que manifiesta. Jesús es el Esposo que llega para iniciar la fiesta de bodas del Cordero. Desde el Antiguo Testamento se había anunciado este simbolismo nupcial, tal como aparece hoy en la lectura del profeta Isaías donde dice: “Como un joven se desposa con una doncella, se desposará contigo tu hacedor; como el esposo se alegra con la esposa, así se alegrará tu Dios contigo” (Is 62, 5).

Además, dice el texto evangélico que, mediante este milagro, Jesús manifestó su gloria “y sus discípulos creyeron en él” (Jn 2, 11). Es un mensaje de Iglesia, porque María, Madre de la Iglesia, interviene para que Jesús realice el primer milagro; y sus discípulos que serán las columnas de la Iglesia, son fortalecidos en la fe mediante el milagro atestiguado. Esto pues, significó fortalecer los cimientos de su Iglesia.

La eclesialidad se ve manifiesta igualmente en la pareja matrimonial, pues Jesús, en otro pasaje, dice que donde dos o más se reúnen en su nombre, ahí está él en medio de ellos (cfr. Mt 18, 20). Por eso el matrimonio católico es un sacramento, porque hace presente a Cristo, haciendo entonces de la familia una iglesia doméstica, comunidad de creyentes.

Así pues, aunque este domingo ya es del Tiempo Ordinario en la liturgia, tenemos ahora la manifestación de Cristo en su poder de obrar milagros. Encontramos ahora la profecía del nacimiento de la Iglesia, simbolizada en María y los Apóstoles, también en el matrimonio, pues Cristo se presenta como el Esposo de la Iglesia su esposa. Por eso, san Pablo en otro pasaje de sus cartas, hace notar la referencia sacramental que tiene el matrimonio del hombre y la mujer, con la unión entre Cristo y su Iglesia (cfr. Ef 5, 21-33).

La vida de Iglesia también se manifiesta en la segunda lectura, tomada de la Primera Carta de san Pablo a los Corintios, donde se habla de los distintos carismas (dones), que hay en la comunidad: unos tienen una sabiduría notoria; otros tienen el don de ciencia; otros una fe extraordinaria; otros la gracia de hacer curaciones; mientras que otros tienen poderes de obrar milagros; uno recibe el don de profecía otro el de discernir espíritus; uno tiene el don de lenguas y otro el de interpretarlas (cfr. 1 Cor 12, 4-11). No cabe duda que la comunidad de Corinto era rica en dones y carismas.

Tomemos en cuenta tres cosas: la primera es que todos esos dones siguen existiendo, aunque no en la proporción que se veía en las primeras comunidades, tal vez porque la primera evangelización necesitaba mucho de todos estos signos; la segunda cosa es que nadie tenía estas gracias sólo por sí mismo, sino que eran y siguen siendo dones que da el Espíritu Santo en favor de la comunidad, no de los individuos; y la tercera cosa es que, como luego les explicará san Pablo, aunque tengan esos dones, si no tienen el amor, se pueden condenar.

No te preocupes si no crees tener alguno de los carismas que había en la comunidad de Corinto; si tienes caridad, tienes lo más importante y lo que realmente cuenta ante Dios.

Volviendo al milagro de las bodas de Caná, éste consistió en convertir seiscientos litros de agua en el mejor de los vinos. Ese fue el primer milagro, que a la vez fue profecía del que sería el último, el del Cenáculo, cuando Cristo convirtió el vino en su sangre; y también fue profecía del milagro cotidiano que sucede en cada misa en las manos del sacerdote.

El vino de la Pascua Judía recordaba la sangre de los corderos, derramada la última noche de la cautividad en Egipto. Con esa sangre los hebreos marcaron las jambas y el dintel de las puertas de sus casas, siendo esa la señal para que el ángel pasara de largo y respetara la vida de sus primogénitos. Esa era la Antigua Alianza; por eso, en la Última Cena Jesús ofrece a sus discípulos el cáliz lleno de vino y los invita a beber, porque es el cáliz de su sangre, “sangre de la alianza nueva y eterna” (Mt 26, 28).

Dice además el texto que el agua de aquellas tinajas, servía para las purificaciones de los judíos. En adelante quedamos purificados en virtud de la sangre de Cristo. Si el Bautismo nos salva, es porque está avalado por esa sangre preciosa y redentora; y si el agua bendita nos sirve de algo, es precisamente en la medida que nos actualiza la gracia bautismal.

Jesús se resiste un poco a la solicitud de María, quien se dio cuenta de la falta de vino en la boda, y le dice: “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo?, todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2, 4). Si en este evangelio de Juan, Jesús le llama “mujer” a María, esta forma de hablarle tiene más significado teológico que histórico, porque cuando Juan pone en labios de Jesús esta palabra, es un modo de afirmar a María como la nueva Eva, de acuerdo con lo que el Creador le dijo a la serpiente en el libro del Génesis: “Pondré enemistad entre ti y la mujer” (Gn 3, 15). También desde la cruz Jesús llamará “mujer” a su Madre, encomendándole la misión, que hasta hoy, ella ha cumplido con creces: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26).

María adelantó la hora de Jesús diciendo a los sirvientes: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5). Ojalá tú y yo seamos colaboradores, dispuestos a servir a Dios, ayudándonos unos a otros y obedeciendo el mandato perenne de María para los creyentes de todos los tiempos: “Hagan lo que él les diga”. Esperemos que también tú y yo, cuando veamos las necesidades del prójimo, las necesidades de la Iglesia y las necesidades del mundo, escuchemos las dulces palabras de Jesús: “Mujer (o también: hombre), ¿qué podemos hacer tú y yo?”. Cada uno de nosotros con Cristo, hacemos una pareja formidable.

El día de ayer, 18 de enero, dio inicio la semana anual de oración por la unidad de los cristianos. No dejemos de orar por esta intención, porque hoy más que nunca, el mundo necesita del testimonio de unidad de todos los hombres y mujeres que hemos recibido el Bautismo, y aceptamos a Jesús de Nazaret como al Hijo de Dios encarnado en María, reconociéndolo como nuestro Salvador, que vive resucitado de entre los muertos, que está sentado a la derecha del Padre, y vendrá al final de los tiempos para juzgar a los vivos y a los muertos.

Un saludo y un abrazo afectuoso y fraterno para todos los hermanos y hermanas, pertenecientes a cada una de las comunidades cristianas, especialmente las que se encuentran aquí en Yucatán.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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