Mérida, esa joya del sureste mexicano, ubicada estratégicamente en la Península de Yucatán, tiene un pequeño detalle que no aparece en los folletos turísticos: está en la ruta VIP de los huracanes. Sí, esos simpáticos remolinos de viento que, cada cierto tiempo, deciden hacer una visita inesperada y convertir lo que parecía un soleado día de playa en una escena de película de desastre. ¿Quién no recuerda los nombres de nuestros queridos invitados, Gilberto e Isidoro, que dejaron su huella no solo en la memoria colectiva, sino también en las ventanas rotas, techos volados y calles inundadas?
Pero, como buenos yucatecos, no nos dejamos amedrentar fácilmente. Si algo hemos aprendido a lo largo de los años es que, cuando se trata de huracanes, más vale estar preparados. Así que, cuando el cielo se oscurece y la noticia del próximo fenómeno meteorológico comienza a circular, los habitantes de Mérida activamos nuestro modo de supervivencia. Es casi como una tradición: asegurar propiedades, interrumpir la rutina, evacuar las zonas costeras y abrir los albergues para quienes saben que sus casas no están listas para enfrentar el espectáculo de viento y lluvia que se avecina.
Podría parecer una exageración, pero para quienes hemos vivido la furia de Gilberto en el 88 o de Isidoro en el 2002, es simplemente una cuestión de sentido común. Sabemos que, aunque Mérida es una ciudad bella y tranquila, también es un campo de batalla ocasional para la naturaleza desatada. Y si hay algo que los huracanes nos han enseñado, es a no subestimar nunca su capacidad para transformar un día normal en una pesadilla. Así que mejor prevenir que lamentar.
Ahora bien, aunque esta temporada de huracanes aún no ha llegado a su fin, todos mantenemos la esperanza de que quizás, solo quizás, no recibamos más visitas indeseadas. Pero, seamos realistas: con el cambio climático golpeando a la puerta, cada temporada trae consigo un nivel de incertidumbre mayor. Los expertos nos han advertido de que las tormentas podrían volverse más intensas, los vientos más fuertes, y las lluvias más torrenciales. Y aunque sería fácil caer en la negación y pensar que todo seguirá igual que antes, sabemos que los huracanes no son los mejores amigos de la lógica.
Por eso, en Mérida, hemos adoptado una filosofía de vida que gira en torno a no bajar la guardia. Si algo hemos aprendido es que, aunque el peligro no esté a la vista, siempre está acechando. Revisar y mejorar los protocolos de acción es casi un deporte local. Porque sí, podemos estar tranquilos por ahora, pero no podemos darnos el lujo de relajarnos demasiado. Después de todo, el próximo Gilberto o Isidoro podría estar formándose en algún punto del Atlántico, y lo último que queremos es que nos agarren desprevenidos.
Así que, mientras el sol sigue brillando sobre las hermosas calles de Mérida, los habitantes seguimos atentos, listos para actuar en cualquier momento. Al fin y al cabo, vivir en una ciudad que tiene un pie en la playa y otro en el ojo del huracán requiere no solo de paciencia y temple, sino de una buena dosis de precaución. Porque si algo sabemos en Mérida es que, cuando los vientos cambian, es mejor estar preparados.