En lo que podría parecer el último crossover del universo cinematográfico de los autobots, pero que tristemente es la realidad de nuestros parques públicos, un oficial de la policía municipal decidió enfrentarse a una amenaza de proporciones épicas: un artista callejero disfrazado de Optimus Prime. ¿Su crimen? Permitir que los niños, esos pequeños peligros públicos, se tomaran fotos con él sin contar con la debida autorización comercial. Porque, claro, todos sabemos que el verdadero peligro para la seguridad pública no son los delincuentes o la corrupción, sino un disfraz mal regulado.
El incidente, digno de un guion de comedia, ocurrió en pleno parque público, un lugar que normalmente sería asociado con la diversión, el esparcimiento familiar, y sí, la ocasional foto con un robot gigante que protege la Tierra. Pero en lugar de ser testigos de una nueva aventura de los Autobots, los niños presentes vieron cómo el héroe metálico era confrontado por un valiente servidor público que, en su fiel labor de mantener el orden, decidió que ese día Optimus Prime debía responder ante la ley.
Según el oficial, el problema era claro: el artista urbano no tenía los permisos comerciales necesarios para estar ahí. Porque, claro, cada selfie que un niño se tomaba con el gigante de metal implicaba una posible evasión de impuestos y un riesgo inminente para la estabilidad económica de la ciudad. Y aunque muchos pensarían que la policía tiene cosas más importantes que hacer, como, no sé, patrullar las calles o combatir el crimen, al parecer en este caso la prioridad era detener al autobot antes de que lograra su malévolo plan de… ¿hacer sonreír a los niños?
Lo curioso del asunto es que, como han confirmado diversas fuentes, los policías no son responsables de revisar permisos comerciales. Pero ¿a quién le importa ese pequeño detalle cuando se trata de ejercer autoridad? Si Optimus Prime no tenía el papelito adecuado, entonces era hora de que sintiera todo el peso de la ley. Porque nada dice «confianza en las instituciones» como reprender a un artista callejero frente a un grupo de niños. De hecho, la imagen del oficial interrumpiendo la mágica interacción entre los niños y su héroe seguramente será un recuerdo que esos pequeños atesorarán… como un perfecto ejemplo de cómo no debería actuar la policía.
Lo más sorprendente es que el propio Ayuntamiento ha salido rápidamente a deslindarse del asunto, afirmando que el policía está sujeto a investigación por parte de asuntos internos. Un clásico. Porque, claro, cuando las cosas salen mal, siempre hay una oficina burocrática lista para investigar… eventualmente. Mientras tanto, el oficial, con el pecho hinchado de orgullo por haber defendido a la ciudad de un disfraz no autorizado, espera pacientemente a que su caso se resuelva.
Pero la verdadera pregunta aquí es: ¿cómo se supone que los niños, esos futuros ciudadanos, puedan construir una confianza institucional en la policía cuando presencian escenas como esta? Ver a un servidor público reprender sin razón a un héroe de la infancia, en lugar de proteger y servir, deja una lección muy clara: en esta ciudad, incluso los robots gigantes que luchan por la justicia pueden ser víctimas de un mal día de un policía con exceso de entusiasmo.
Así que, mientras Optimus Prime regresa a su base a reparar su ego dañado, los ciudadanos nos quedamos preguntando quién será la próxima gran amenaza que la policía enfrentará con tan implacable eficiencia. ¿Bumblebee vendiendo helados sin licencia? ¿Spiderman colgando en un semáforo sin permiso? Solo el tiempo lo dirá. Lo que sí sabemos es que, con cada incidente de este tipo, la distancia entre la policía y la confianza ciudadana parece ser cada vez mayor… y todo por un disfraz de autobot en un parque.