HOMILÍA
VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo B
Lev 13, 1-2. 44-46; 1 Cor 10, 31 – 11, 1; Mc 1, 40-45.
«Si tú quieres, puedes curarme» (Mc 1, 40).
In láake’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Waki’il óoxp’éel k’iina’ Miércoles de Ceniza ku káajal le Cuaresma. Chen ba’ale’ u k’iinil xan San Valentín: Je’e wáa u p’áajtal beetik le ba’ax ku ya’alikto’on Ki’ili’ich Iglesia u ti’al ma’ uk’ul yeetel má jantik ya’abalo’ob? Bejla’e Le Ma’alob Péektsilo’ ku ya’alike’ ka’a yanak okts’al óolal ti’ Cristo Ki’ichkelem Yuum yo’olal le k’oja’anilo’.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este sexto domingo del Tiempo Ordinario. Luego tendremos que pasar por todos los domingos del tiempo de Cuaresma y los del tiempo de Pascua, para retomar de nuevo el Tiempo Ordinario de la liturgia.
En este día, 11 de febrero, celebramos a Nuestra Señora de Lourdes, quien se apareció a santa Bernardita, cuando ella era apenas una adolescente de 14 años, revelándole su nombre como la Inmaculada Concepción, dogma que apenas cuatro años antes había sido declarado. Desde el principio y hasta la actualidad, en ese lugar de las apariciones se han realizado muchas curaciones milagrosas, atestiguadas por médicos.
Hoy también celebramos la Jornada Mundial del Enfermo, con el mensaje del Papa Francisco, que lleva por nombre: «No conviene que el hombre esté solo. Cuidar al enfermo cuidando de las relaciones». La Palabra de Dios en este domingo nos presenta el tema de los enfermos.
Hablemos de la primera lectura y del evangelio, sin excluir el salmo. En la lectura tomada del libro del Levítico, encontramos cómo eran tratados los leprosos en el pueblo de Israel. Esta enfermedad tenía connotaciones religiosas, porque el leproso era declarado como tal por el sacerdote, y además tenía que andar retirado de la gente, fuera del campamento y gritando: ‘¡Estoy contaminado! ¡Soy impuro!’
Esto nos hace ver de que manera los israelitas consideraban la enfermedad como un castigo de Dios ante un pecado, y si se trataba del castigo de la lepra, tenía que haber seguramente detrás un pecado muy grave. En la eventualidad de que un leproso pudiera sanar, esto tenía que ser verificado por los sacerdotes. Dice el texto que quien era declarado leproso tenía que traer: «La ropa descosida, la cabeza descubierta, se cubrirá la boca…» (Lev 13, 45).
De hecho, en el Salmo 31 hoy elevamos nuestra voz para decirle a nuestro Dios: «Perdona, Señor, nuestros pecados». Pedirle perdón a Dios no significa entristecernos, sino todo lo contrario, por lo que también proclamamos: «Dichoso aquel que ha sido absuelto de su culpa y su pecado. Dichoso aquel en el que Dios no encuentra ni delito ni engaño». Este Salmo ya nos pone en camino hacia el próximo miércoles en el que iniciaremos el santo tiempo de Cuaresma con el rito de la ceniza. Aunque no sea obligatorio asistir a recibir el signo de la ceniza, tengamos todos conciencia del tiempo que iniciamos y de que somos pecadores.
En su comentario al evangelio de hoy, dice el padre Manuel Ceballos: «San Marcos menciona la curación de un leproso durante la actividad de Jesús en Galilea, ‘Si quieres, puedes curarme’ haciendo notar que Jesús despidió a este leproso, una vez curado, ordenándole que se presentara a los sacerdotes, que se sometiera a su inspección y que guardara silencio de lo ocurrido. El leproso, quebrantando lo mandado por la Ley, se había mezclado con la multitud (algo que sorprende porque le estaba prohibido a los enfermos acercarse a la gente). Sin embargo, Jesús no le hizo ningún reproche y lo curó, pero quiso que cumpliera lo estipulado en el Levítico (14, 1-32). No obstante, la advertencia de Jesús, el leproso saltó de gozo anunciando a todos su curación. Jesús quería evitar a toda costa la publicidad, temiendo el sensacionalismo de las gentes, ya que eso no era conveniente para realizar su misión. De hecho, al correr la noticia de esta curación, fue tanta la concurrencia de la gente que Jesús ya no pudo comparecer en público; se retiró, pero el pueblo encontró el modo de llegar a Jesús. El pueblo siguió a Jesús, pero sin comprender el significado profundo de su predicación. Ahora bien, la incomprensión no se convirtió en enfrentamiento; el conflicto sólo aparece cuando entran en escena los fariseos y los escribas».
Yo quiero subrayar la gran fe de este leproso que, como se dice vulgarmente, «se brincó las trancas» acercándose a Jesús, con el riesgo de ser apedreado por la gente que lo rodeaba. Más aún, se nota su fe cuando le dice: «Si quieres, puedes curarme», en vez de decirle: «cúrame; por favor», ni tampoco: «Tú puedes y tienes que curarme», sino en cambio: «Si quieres» (Mc 1, 40). El verdadero creyente no exige el milagro para creer, pero está convencido del poder del Señor, teniendo humildad y fe para aceptar la voluntad de Dios.
Hablemos un poco de la segunda lectura del día de hoy. San Pablo en el pasaje de su Primera Carta a los Corintios nos enseña a buscar, en todo lo que hagamos, la gloria de Dios. Con esto me puedo preguntar: mi negocio, mi trabajo, mi descanso, mi diversión, mi convivencia familiar o de amistad, ¿es todo para gloria de Dios o para gloria de quién? Nos invita a no escandalizar a nadie; en este caso para nosotros sería no hacerlo ni dentro, ni de fuera de la Iglesia. En muchos espacios no podemos hablar de Dios, pero nuestra conducta sí puede hacerlo.
La vida de san Pablo es todo un ejemplo y testimonio para nosotros, para no vivir en forma egoísta, sino en el amor. Dice el apóstol: «Yo procuro dar gusto a todos en todo, sin buscar mi propio interés, sino el de los demás, para que se salven» (1 Cor 10, 33). Tomemos la decisión de procurar todos lo mismo.
En esta ocasión tendremos la coincidencia del Miércoles de Ceniza y la celebración popular del llamado «Día del Amor y la Amistad». Los católicos de conciencia bien formada entrarán un poco en conflicto para decidir, ya que, por un lado, la Iglesia nos manda ese día guardar ayuno y abstinencia, mientras que el ambiente nos invita a festejar con una cena o algo parecido. Quien quiere hacer la voluntad de Dios siempre encuentra modos de cumplirla; quizá en este caso saliendo a cenar el día anterior o el día posterior.
Muchos en este día piensan en su novia, su novio, su amiga, su amigo y en grupos de amistad, pero quizá pocos relacionen este festejo con la familia, cuando su origen está en el matrimonio cristiano católico. En el siglo III, el emperador romano Claudio II, prohibía a sus soldados el casarse, pues pensaba que los jóvenes eran mejores soldados siendo solteros y sin vínculos sentimentales. San Valentín, que era sacerdote, estuvo celebrándoles el sacramento del matrimonio a escondidas. Fue por eso que el emperador lo condenó a la muerte en el año 270. Fue un verdadero mártir que dio su vida por salvar la vocación matrimonial.
Fue hasta el año 1840, que esta memoria se comenzó a comercializar cuando, a la norteamericana Esther A. Howland, se le ocurrió poner a la venta unas tarjetas con imágenes y frases románticas. Ojalá que los jóvenes de hoy valoraran cada vez más el matrimonio, como una institución sagrada para toda la vida, y si son católicos, que recibieran el sacramento. Espero que todos nosotros seamos capaces de manifestar nuestros afectos durante todo el año, teniendo presente que el afecto no se compra, aunque a todos nos agrade hacer algo por quienes queremos.
Este miércoles 14 de febrero tendremos la oportunidad de demostrar nuestra fe cristiana-católica, tomando la decisión de celebrar el inicio de la Cuaresma con un pequeño o grande sacrificio; de igual modo, para los novios, será la oportunidad de darle a su relación un verdadero rumbo de fe, encaminado a formar familias auténticamente católicas, para bien propio y de los hijos que el Señor quiera darles.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán