HOMILÍA
DOMINGO DEL TIEMPO DE NAVIDAD
EL BAUTISMO DEL SEÑOR
Ciclo C
Is 40, 1-5. 9-11; Tit 2, 11-14; 3, 4-7; Lc 3, 15-16. 21-22.
“Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco” (Lc 3, 22).

In lak’e’ex ka t’ane’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéetel kimak óolal. Ti le ka’ap’el domingoil ts’okilil Navidad, taan k’imbesik u Okja’ Yuumtsil Jesús, le k’imbesaja ku yeesik u xulil u k’inilo’ob Navidad. Samale’ yaan u kajal u k’inilo’ob Ordinario. Mu xu’ulo ek kaxtik u indulgencia plenaria le jaba’.
 
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este domingo cierre del tiempo de Navidad y fiesta del Bautismo del Señor.
Después de la solemnidad de la Navidad y su octava, hemos recorrido la segunda parte de este tiempo en dos etapas: antes y después de la Epifanía. Esta palabra significa “manifestación”, considerando que el 6 de enero la Epifanía es la Navidad para los pueblos orientales, representados en los tres Reyes Magos. Además, este tiempo nos trae la presencia de otras epifanías: la del momento del Bautismo de Cristo y la de las bodas de Caná, en donde por primera vez Jesús manifestó su poder ante sus discípulos, por intercesión de María.
El mismo Juan Bautista fue anunciado por los profetas, con palabras semejantes a las que hoy dice el profeta Isaías en la primera lectura: “Una voz clama: ‘Preparen el camino del Señor’… Anuncia a los ciudadanos de Judá: ‘Aquí está su Dios. Aquí llega el Señor… Como pastor apacentará su rebaño’” (Is 40, 1-5. 9-11). Todo esto se cumplió cuando Juan comenzó a predicar en el desierto.
Y Juan bautizó a Jesús en el Jordán. En su Bautismo, el Nazareno manifestó su divinidad al ser señalado por la voz del Padre y por el Espíritu Santo que desciende sobre él en forma de paloma. Es la primera manifestación de la Santísima Trinidad. El Espíritu bajó sobre él, por eso desde entonces será reconocido como “el Cristo”, es decir, “el ungido”, ya que eso significa esa palabra. La palabra “Cristo” es de origen griego, mientras que la palabra “Mesías” es de origen hebrero, pero tiene el mismo significado: el elegido, el consagrado, el ungido, no con aceite sino con el Santo Espíritu.
La voz del Padre resonó aquel día del bautismo del Señor con toda claridad diciendo: “Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco” (Lc 3, 22). El primer hombre, Adán, por su desobediencia, no fue de la complacencia del Padre. Tuvo que venir su eterno Hijo a encarnarse como nuevo Adán en el seno de la Virgen María, para que sólo en él encontrara en el Padre toda su complacencia.
Por nuestro Bautismo, hemos sido destinados a conformarnos con el nuevo Adán. Podemos cada uno de nosotros complacer al Padre en la medida en que nos asemejemos al nuevo Adán. La Iglesia santa incorpora a sus hijos por el Bautismo, para que vivan complaciendo a Dios en todo lo que piensan, dicen y hacen, dando el título de santos a todos aquellos y aquellas que han complacido al Padre celestial de manera significativa, extraordinaria y ejemplar para todos, siguiendo el modelo perfecto del nuevo Adán.
En la segunda lectura, san Pablo en su Carta a Tito también habla de epifanía o manifestación cuando dice: “La gracia de Dios se ha manifestado para salvar a todos los hombres. […] Al manifestarse la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, él nos salvó” (Tit 2,11; 3,4).
La misión que Yahvé encomendó a su Siervo se realizó en la Encarnación, Muerte y Resurrección de su Hijo, pero se sigue realizando en la vida y misión de todos aquellos y aquellas, quienes ungidos por el mismo Espíritu de Dios, continúan promoviendo con firmeza la justicia y se esfuerzan por establecer el derecho sobre la tierra.
El mesianismo del Siervo de Dios debe continuar en cada bautizado, sin constituir héroes aislados e individuales, sino epifanías, es decir, manifestaciones de la única obra salvadora de Dios. Este Año Jubilar, el Papa Francisco nos llama para manifestarnos como peregrinos de la esperanza, una esperanza puesta en las cosas del cielo y que nos compromete con las cosas de la tierra.
Antes de Cristo, el signo de inserción en el pueblo de Dios sólo era para los varones, a los ocho días de nacidos, por la circuncisión. En esa misma ocasión de la circuncisión se les imponía el nombre. En el caso de los primogénitos, como lo era Jesús, a los cuarenta días de nacidos tenían que ser presentados en el templo de Jerusalén y ser rescatados pagando con el precio de “un par de tórtolas o dos pichones” (Lev 5, 7-11; 14, 22; Lc 2,24).
Los bautismos de Juan, así como de otros predicadores y bautistas, no eran el rito formal de pertenencia al pueblo de Israel, sino un signo de arrepentimiento de quienes buscaban significar su purificación. Sólo después de la resurrección de Cristo y del nacimiento de la Iglesia, el Bautismo se convierte para todos, hombres y mujeres, en el signo de inserción en la Iglesia, Cuerpo de Cristo.
Así, el bautismo de Juan era figura y anuncio del Bautismo de Cristo en la Iglesia. Con toda honestidad y autenticidad, Juan reconoce que sólo bautiza con agua, mientras que el que viene bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Nosotros en la Iglesia, con la misma honestidad y autenticidad de Juan, pero con fe en aquel que es nuestra Cabeza de la Iglesia, sabemos que el signo bautismal del agua, comunica al Espíritu Santo y su fuego, en cada nuevo cristiano.
Fijémonos que, tanto la manifestación del Espíritu Santo como la de la voz del Padre suceden, según san Lucas, mientras Jesús está en oración. Si tú y yo queremos que venga sobre nosotros el Espíritu y que el Padre nos exprese su complacencia, esto sucederá cada vez que queramos conectarnos en oración, pues aunque ya recibimos al Espíritu en nuestro Bautismo, éste se quedará siempre al margen, mientras no le entreguemos las riendas de nuestra vida.
Esta Epifanía en el Jordán marcó el inicio de la vida pública de Jesús. Las antífonas e himnos de la liturgia hablan también de la Epifanía de las Bodas de Caná, porque al nacer el Salvador inicia el cumplimiento de las Bodas del Cordero, a cuyo banquete estamos invitados a participar, esa es nuestra gran esperanza. Dios vino a desposar a su pueblo. Durante la vida pública de Jesús cada milagro fue una igualmente Epifanía-Manifestación de su divinidad y de su ser Dios encarnado.
Nosotros estamos llamados a manifestar nuestro ser de cristianos y a no esconder esta identidad. No seamos cristianos católicos vergonzantes, de los que tienen miedo a manifestar su fe y esperanza. Hoy se necesitan testimonios valientes y propositivos para el bien común. Seamos conscientes de nuestro ser de cristianos y de todo lo que esto nos implica.
Pidamos al Señor que nos ayude a reconocer en cada prójimo, rico o pobre, hombre o mujer, pequeño o grande, instruido o ignorante, la manifestación de su condición de hijo de Dios, y por lo tanto, la manifestación de su dignidad humana.
A todos los niños y jóvenes estudiantes, les deseo un feliz y exitoso segundo semestre.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

Boletín de prensa

Escribe tu comentario para Facebook