HOMILÍA
XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND)
Ciclo B
Is 53, 10-11; Heb 4, 14-16; Mc 10, 35-45.
“Ya saben que los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos las oprimen.” (Mc 10, 42)
In lake’ex ka t’ane’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéetel kimak óolal. Ti le evangelio bejlae’, le apotoleso’ob Santiago yéetel Juan sukúnube’, tu k’atajo’ob ti Jesús ka kulako’ob tu ajawil, jun tuul tu x-no’oj k’aabi yeetel u laak u tuul tu x-ts’i’ik k’aabi. Letio’obe ma’ u yojelo’ob ba’ax ku k’aatkoobi, ma’ u na’ato’ob le bej ku k’atal tio’ob tumen Jajal Dioso’, tu’ux ken u week u k’ik’elo’ob tu yo’olal Cristo. Ko’one’ex beetik u t’aan Jajal Dios ti ek kuxtal, ma’ ek kaxtik u muk’il le yoo’ok’ol kaaba’.
Muy queridos hermanos, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este domingo vigésimo noveno del Tiempo Ordinario. Hoy celebramos además el Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND).
Aunque toda la obra de evangelización en cada diócesis significa cumplir con la misión que Cristo encomendó a su Iglesia, llamamos “misioneros” a los miles de hombres y mujeres que en la actualidad han dejado su patria para ir a llevar el Evangelio a naciones donde la Iglesia apenas está naciente. Los misioneros son hombres y mujeres que han recibido una vocación especial de Cristo para marchar a otras tierras llevando la luz del santo Evangelio.
El DOMUND es una fiesta que nos viene a recordar, en esencia, que todo bautizado es misionero en la Iglesia, que todos y cada uno tenemos deberes de oración y ayuda material en favor, no sólo de los misioneros, sino también de toda la gente que evangeliza en seminarios, hospitales, orfanatorios, asilos, dispensarios, escuelas, etc., en los lugares de más pobreza en el mundo.
Por eso hoy ofrecemos nuestras eucaristías por las misiones de la Iglesia y por todos nuestros misioneros enviados “ad gentes”, es decir, a los pueblos del mundo entero. Nuestra colecta de hoy en cada misa llegará hasta los puntos más lejanos que podamos imaginar, así como a las obras más necesitadas que realiza nuestra Iglesia en favor de los más pobres de este mundo.
El pasaje que hoy escuchamos en la primera lectura está tomado del Libro del profeta Isaías, en una sección que contiene los llamados “Cánticos del Siervo de Yahvé”, que son tres y hoy escuchamos sólo dos versículos del tercer cántico. Los biblistas no se han puesto de acuerdo sobre a quién tenía en la mente el profeta al hacer estos anuncios varios siglos antes de Cristo. Pero lo cierto es que todos nuestros teólogos y biblistas coinciden en que estos cánticos anunciaban al Mesías, a quien anunciaban sufriente, con unos padecimientos que se ven personificados en la pasión de nuestro Señor Jesucristo.
Se habla, además, de la resurrección sin mencionar esta palabra pues dice que: “Cuando entregue su vida como expiación, verá a sus descendientes, prolongará sus años” (Is 53, 10) Todo creyente, si lo es de verdad, deberá entregar su vida en sus diarios trabajos, compromisos, dificultades y con la aceptación de los sufrimientos que vengan, uniéndose a la pasión de su Señor, sabiendo que, al igual que él, verá a sus descendientes y prolongará sus años.
El texto de Isaías nos dispone muy bien para escuchar el santo evangelio de hoy, según san Marcos. El pasaje de hoy sucede luego de que Jesús anuncia por tercera ocasión a sus discípulos su próxima pasión, muerte y resurrección, mientras que los discípulos continúan sin entender lo que esto significa. La prueba de esto es que dos de ellos, los hermanos Santiago y Juan, se le acercan a Jesús para solicitarle el sentarse cada uno de ellos en su Reino, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Jesús habla de lo que será su aparente fracaso, de que será rechazado, de que sufrirá una muerte terrible, y estos dos apóstoles piensan en el éxito humano en términos de ascenso político. Por eso Jesús les hace ver que no saben lo que están pidiendo y les pregunta si pueden pasar la prueba que él mismo ha de experimentar, y ser bautizados con el bautismo con que será bautizado.
Ellos muy seguros le contestan que sí pueden, por lo que Jesús les profetiza que sí podrán pasar esa prueba y recibir ese bautismo. Claro que no entendieron que se trataba de una prueba de muerte y de un bautismo en su propia sangre, como de hecho fueron martirizados años más tarde, lo mismo que padecieron los demás apóstoles.
Los otros diez discípulos, al escuchar esta plática se indignaron contra estos dos hermanos. A lo mejor tú y yo nos indignamos también cuando nos damos cuenta de que un compañero nos trata de “madrugar”, como se dice vulgarmente, y busca “hacer la barba” a un superior, es decir, granjearlo haciendo cualquier cosa para ascender en el trabajo o en algún cargo político, inclusive hasta en un cargo dentro de la Iglesia. Quien se indigna por estas cosas lo hace porque también desearía ese ascenso o ese cargo; quien siente envidia por estas situaciones, en el fondo es porque también las desea. No juzguemos a nadie por estas debilidades, ni por otras cosas: sólo Dios es nuestro juez.
Jesús les dice a todos: “Ya saben que los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos las oprimen” (Mc 10, 42).
Lo importante es que no sea así entre nosotros, sino que, como dice Jesús: “el que quiera ser grande sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos” (Mc 10, 43-44). Lo más maravilloso de esta enseñanza es que Jesús cumple a la perfección con este perfil de servidor, ya que vino precisamente “a servir y a dar la vida por la redención de todos” (Mc 10, 45). Tengamos cada uno este proyecto para nuestras vidas, de ser en verdad servidores de los demás.
Además, el mismo salmo 32 que hoy proclamamos, nos ayuda a realizar un examen de conciencia y tratar de entender cuál es nuestra principal esperanza: ¿es un aumento de sueldo o mejor trabajo?; ¿es un ascenso en el trabajo en los cargos que ejercemos? Un bueno cristiano diría con el salmo: “En el Señor está nuestra esperanza, pues él es nuestra ayuda y nuestro amparo”.
El pasaje que hoy escuchamos en la segunda lectura está tomado de la Carta a los Hebreos, cuya lectura venimos continuando. Este texto nos invita a tener mucha confianza en el intercesor que tenemos en el cielo, el Sumo Sacerdote, que es capaz de compadecerse de nosotros, porque compartió todas nuestras realidades humanas, menos el pecado. Tomando en serio este pasaje, deberíamos estar muy tranquilos, sabiendo que nuestro Sumo Sacerdote nos comprende y nos apoya ante su Padre Celestial para alcanzar su misericordia. Lo mismo nos inspira para poner nuestra ancla en las realidades del cielo.
También tengamos en este domingo una oración muy especial por nuestros hermanos y hermanas que ejercen la profesión médica. El pasado viernes 18 de octubre celebramos la fiesta del evangelista san Lucas, autor de tercer evangelio y, como hemos de saber, él fue médico y es patrono de los médicos. Además, el próximo miércoles 23 se celebrará el día del médico en México. Esta fecha conmemora la creación del Establecimiento de Ciencias Médicas en 1833, que es el antecedente de la actual Facultad de Medicina de la UNAM.
Felicitemos a nuestros médicos en ese día, ya que le dan una gran ayuda a Dios y a nosotros para devolvernos la salud; que los médicos creyentes recuerden que la grandeza y nobleza de su profesión estriba en el hecho de que Jesús, el Señor, se hace presente en la persona de los enfermos, según nos dice: “Estuve enfermo y fueron a verme” (Mt 25, 36). Servir al enfermo es servir a Cristo.
Recuerden todos que el próximo domingo 27 de octubre, como cada año, se llevará a cabo la tradicional kermés de nuestro Seminario de Yucatán.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán
Boletín de prensa